Siempre fui yo

Me quiere dócil como un Cadillac del 58

discreta como los pasos de un sospechoso

tan fiel como una escama a su serpiente

y hambrienta como un vampiro sin dientes

Me quiere cautiva como la sangre en el corazón

Tan maniatada como María en la anunciación

Amordazada como un disparo con silenciador

E inmaculada para el veneno de su aguijón

Me quiere sin importarle quién sea

Todo se piensa y luego se crea

Me quiere en blanco, pincel en mano

Once minutos para inventar mi pasado

Y pasa de largo pasando por alto

Que solo existo en el óleo de su cuadro

Que nunca me quiso, que nunca me vio

Que siempre fui otra, que siempre fui yo

Para que cagues agusto

-Dolor-

¿Te duele algo?

¿Sufres?

Sufres, pero no te duele nada, nada excepto el paso del tiempo, nada excepto estar solo, no te duele nada excepto el espacio que ocupan los pensamientos en tu cabeza, nada excepto la incertidumbre de tu identidad, nada excepto tus reproches mas íntimos, no te duele nada excepto tu propio Miedo.

Ese es el Dolor del Bienestar, el más terrorífico efecto secundario de la calidad de vida.

Nuestro cuerpo ha olvidado qué es el dolor, pero nuestra mente se ha apoderado del concepto reciclándolo para sí, engendrando dolores barrocos que decoran nuestro instinto sufridor más insano.

Probablemente, de alguna forma, necesitamos sentir dolor de vez en cuando para comprobar que estamos vivos y que efectivamente sufrir es peor que no sufrir; visto así, nuestra sensibilidad sufridora sería, en efecto, un mecanismo veraz de mejora de la existencia que nos impulsa a resolver lo que nos hace sangre.

No obstante, el Dolor del Bienestar es tan pusilánime en realidad, que el impulso que nos inyecta no sirve prácticamente para nada... es un pobre engreído y dramático impostor. No nos hace daño, nos hace lamentarnos y revolcarnos una y otra vez en nuestra propia mierda.

Friedrich dijo “Solo sufre quien quiere vivir”.