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13.11.08

Becas becas becas para EmeGé

Contarle secretos a EmeGé normalmente es muy difícil –o peligroso, o febril, o venenoso-.

Primero, porque está sordo completo del oído izquierdo, así que hay que revelar las confesiones a voz potente para que le entre en el encéfalo de búfalo de las marismas que tiene en la cabeza, así que el camarero y adyacentes siempre están al tanto de los desvelos indecentes del amigo de turno de EmeGé.

Segundo, porque Él es el eje de un mundo entorno al cual giran todos los satélites en plena tormenta de sal y pimienta, como el culo de un pulpo en el centro de toodas sus patas, como el borde de un punto en medio de toodas las letras que lo abrazan, como un dedo a pulso en medio de tooda la mano cerrada: Él conoce a tus amigos y a los amigos de tus amigos, y a tus enemigos, y a todos los parientes de tus parientes, y a los vecinos de tus primos, y a los jefes de todos los hijos que aun no has tenido...

Y los ve a todos

día si

día no...


-EmeGé por favor no le digas esto...

-EmeGé por Dios, esto díselo!


Y tercero. Es muy difícil –o peligroso, o febril, o venenoso- contarle secretos a EmeGé porque es un fanático perverso de la información, un fetichista lunático de los datos que se guardan en el cielo de los fondos, que azota con dos manos el trasero de la historia, y la estudia boca arriba y boca abajo, colecciona cada uno de sus pelos, almacena la saliva de la baba que desprende y gestiona con destreza los agujeros de su cuerpo. Adora archivar y poseer la red de nuestros miedos, el croquis de los planes que tramamos, y el gabinete de estrategias que gobiernan el rumbo de nuestra miseria... TODO es información, TODO es poder.

Y en el fondo se le da tan bien a EmeGé su trabajo que, si estuviera en mi mano, le daría dinero de las arcas del estado para que solo hiciera eso: investigar el rastro de cada uno de nuestros años.


3.10.08

Hoyaquiniano

EleÁ tiene 32 años y esta mañana ha decidido que a partir ahora va a vivir en el espacio que ocupa su sombra al despegarse de su piel para ir a estrellarse contra el suelo.

Ayer a las seis de la tarde tomaba café a los pies de 3 cactus gigantes que conforman su escueta colección botánica; probablemente, era una tarde idílica ya que corría la última brisa cálida del otoño, su agenda lucía completamente vacía, la luz parecía vapor de oro, y EmeGé se estaba encargando de pasar las páginas del periódico que él mismo había traído.

Después de leer la página 12 especularon acerca de lo rentable que sería aprender mandarín o cantonés ahora que china iba a conquistar el mundo por fin. En la 17 la Generalitat había montado un mercadillo de animales selváticos que habían sido abandonados al quebrar el safary donde eran exhibidos; EleÁ y EmeGé fantasearon con la posibilidad de tener su propia manada de lechwes en la terraza si ahorraban un poco ese mes. Entre la página 22 y la 24 Estados unidos decidió en su senado que no quería comprar los activos económicos tóxicos del resto de occidente; EmeGé se regocijó por el inesperado sentido de democracia que estaban demostrando con ese gesto pseudosuicida, y EleÁ que no entiende de democracia dijo que era porque ya estaban viejos para seguir jugando a los Super Héroes.

El resto de las páginas se esparcieron por el suelo con la brisa del otoño como las hojas caducas de cualquier haya en estos tiempos, y un dedo índice retó al cielo –Pues yo creo que los poderosos chuchurridos deben estar planeando vender muchas más armas a todos los rincones del mundo donde siembran guerras que les dan dinero, y también fabricarán enfermedades para que compremos sus medicinas especiales, y así recuperarán el dinero-. Luego una ceja izquierda retó al cielo también –Qué dices, ese dinero no existe, nunca existió ese es el problema, no hay nada que recuperar, solo sucumbir a la siguiente potencia-

Y después

silencio,

confusión...

Sueño.

Todo parecía un sueño al que no pertenecieron nunca personalmente, solo asistían a él y a veces él asistía a ellos.

Si a EleÁ le hubieran gustado los tatuajes esa misma noche se habría cosido a tinta un gran SOYHOYAQUÍ en la arteria coronaria. Pero como no le hacían ni fu ni fa, puso la tinta en un papel y en su alma, de tenerla, causo el mismo efecto eternizante.

Por eso al acabar la noche, EleÁ miró a su propia sombra y se hicieron inseparables por primera vez en sus vidas.